sábado, 12 de septiembre de 2009

8 de abril: El mundo es un lugar extraño

Me llamo Deyanira y no sé cómo demonios he llegado hasta aquí. Debo mi nombre a una madre que es profesora de Cultura Clásica y a un padre…que no hizo nada por evitarlo. Como Deyanira me parece demasiado antiguo (una ninfa se llama así, o algo por el estilo), todo el mundo me llama Yeny. Todo el mundo salvo mi padre, que me llama Yanira. Dice que me llama así por la protagonista de una novela de Víctor Botas. La misma novela que recordó a mi madre el nombre de la susodicha ninfa.
Y es que tener dos padres profesores no ha sido muy bueno para mi salud, que digamos. No quiero decir que sean malos padres, al contrario, son unas personas maravillosas. Pero eso de juntar a un profesor de Latín y a otra de Cultura Clásica a la hora de la cena puede resultar horrible.
Por poner un ejemplo: a mí nunca me leyeron Blancanieves y los 7 enanitos (aunque conozco la historia, gracias a Disney), sino que mis padres me leían Los 12 trabajos de Hércules. Y hablando de Hércules…nunca llegué a ver esa película. Mis padres dijeron que era “una completa y absoluta tergiversación de toda la leyenda”. Tuve que ver Troya a escondidas por…tres cuartos de lo mismo. Me sé de memoria Quo Vadis y Ben-Hur, y sin embargo nunca he visto Bambi. Y mi último regalo de Navidades fueron los DVDs completos de 1ª temporada de Roma.
Teniendo esto en cuenta, supongo que es comprensible que todo el mundo se pensase que yo acabaría estudiando Historia (me gusta, se me da bien, pero no me veo viviendo de ello). Pero en lugar de eso, apenas hube terminado la PAU, anuncié orgullosa que quería ir a Zaragoza a estudiar Trabajo Social. Mi padre, cual César a Bruto, me soltó un “Tu quoque, fili mi?” seguido de un “Quo usque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?”, que sólo él sabrá qué tendrá que ver una cosa con la otra; y mi madre dijo algo de unos gigantes y un Ranga…no se qué. Pero lo acabaron aceptando. Y en septiembre, lié mis petates y puse rumbo a Mañilandia.
¡¡¡Zaragoza me encanta!!! Hay un montón de tiendas y librerías, parques enormes por los que pasear, cines en los que ver las pelis que me den la gana, y está repleto de gente que no me conoce de nada. ¡¡Es el paraíso!! De acuerdo, hecho de menos mi pueblo, a mis padres y a mis amigas… ¡pero la Universidad es un chollo! Se estudia mucho, ¡pero se hacen unas fiestas de la leche! ¡Y se vive dpm aquí!
O quizá debería decir, que vivía dpm allí, porque:
1. no se dónde estoy, y
2. no se cómo he llegado hasta aquí.
Yo lo último que recuerdo es estar en mi habitación de la residencia (haciendo el chorra, para no variar), y de repente… estoy aquí. Diría que este sitio es un prado, pero nunca he estado muy segura de qué es un prado. A lo lejos puedo ver el mar, y, si me giro, lo que se ve en la lejanía parece un pueblo. Por las vistas, supongo que estoy en lo alto de una montaña, y el sol me indica que debe ser temprano (donde quiera que esté). El sitio, hay que reconocerlo, es precioso, pero me parece que nadie ha venido por aquí en muucho tiempo. Así que, en aras de mi seguridad personal, lo mejor será que baje de aquí y me encamine al pueblo que se ve a lo lejos. Allí podría enterarme de en dónde estoy…y de cómo marcharme.
Descender del ¿prado?, ciertamente me cuesta un buen rato (y algún que otro intento fallido de autohomicidio y esguince de pie), pero finalmente llego a un camino de tierra (del tamaño de una carretera), que parece conducir al pueblo. El hecho de saberme por el buen camino me anima un poco, aunque después de horas caminando sin ver un alma, una se aburre bastante, y empieza a sentir un poco de miedo. Acelero el paso, por si acaso. En momentos como este hecho de menos mi mp3 (tirado encima de la cama, ¿cómo no?), así que, para darme ánimos, me pongo a cantar yo misma.
No se cuántas horas llevo caminando, pero creo que ya es mediodía, porque el sol empieza a molestarme en los ojos. De todas formas, me concentro en seguir cantando para ahuyentar los miedos. Y el hecho de estar tan ensimismada cantado El Santo Grial de Mago, y bailando emocionadísima y como una loca, me impiden ver dos cosas:
-primero, la comitiva hípica que avanza hacia mí (y quien dice “comitiva hípica” dice 5 personas a caballo)
-y segundo, el enorme árbol que tengo enfrente (y que me doy cuenta de que existe cuando ya me he dado contra él la leche del siglo).
Así que, después de horas caminando, resulta que he acabado tirada en el suelo, con un horrible dolor de cabeza (y seguro que también con un chichón enorme coronando mi frente), la lengua mordida, y habiendo hecho el ridículo más espantoso delante de cinco completos desconocidos. Hoy no es mi día.
De los cinco, uno de ellos, el que va a la cabeza, se baja rápidamente del caballo y se acerca a mí.
-¿Os encontráis bien, joven dama?
¿Qué? ¿Quién habla así hoy día? Será que el aturdimiento me hace oír cosas extrañas.
Con ayuda del desconocido, me incorporo, todavía tambaleándome un poco. Por fortuna, él me sujeta, y yo logro asentir un poco con la cabeza para indicarle que estoy bien. Lo cual es mentira, porque la cabeza me duele horrores y de la lengua mejor ni hablamos, pero no es plan de preocupar al personal. ¿O sí? Al fin y al cabo, no se ni dónde estoy. Alzo un poco la cabeza para mirarle y darle las gracias, y casi vuelvo a caerme de la impresión. Resulta que el desconocido es un chico, no mucho mayor que yo (de unos 22 años a lo sumo), que, amén de ser monísimo, ¡tiene unos ojazos verdes que no parecen ni reales!
-¿Seguro que estáis bien?-vuelve a preguntarme-Os habéis dado un buen golpe.
-Estoy bien, gracias-de lo del golpe ya se ha dado cuenta mi cabeza.- ¿A quién debo agradecerle su atención?-¿dónde he aprendido yo a hablar así?
-A Lord Calen- me espeta muy seriamente el hombrecillo que está a la derecha-. Rey de Translot.
¿Rey? ¿Este pedazo de tío? ¿Tan joven? Definitivamente, yo deliro.
-¿Rey de Translot?-pregunto estúpidamente.
-Eso me temo- asiente Calen, y me doy cuenta de que tiene una sonrisa preciosa…-¿Y cuál es vuestro nombre, si se me permite saberlo?
Si me lo pide así le daría mi nombre, mi teléfono, y hasta mi talla de sujetador. Pero como todo eso me parece un poco bestia, me limito a decir:
-Me llamo Deyanira, mi señor.
-Bien, lady Deyanira, permitidme que os presente a la corte que me acompaña-. Vaya… en boca de Calen todo ello suena hasta más bonito.- El caballero de la derecha, cuya cara de serio no debe asustaros, pues la ha tenido así desde que su madre lo alumbró a este mundo, es Lord Perin, mi consejero.
Guapo, simpático, y encima gracioso. ¿Qué más quiero?
-El que está a la izquierda- continua-, es el caballero Gern, jefe de mi guardia personal, y amigo mío desde la infancia.
-Mi dama-saluda Gern con una inclinación de cabeza-. A vuestros pies y servicio.
-Y esos dos hidalgos son Lord Firell y Lord Jaler, compañeros de armas y buenos amigos.
-Señora.
-Milady.
¿Tendré que hacer algo, no? ¿Una reverencia al menos?
-Un placer caballeros-la reverencia me sale fatal. Tengo que ponerme al día con ellas. Pero… ¿quién iba a pensar que necesitaría saber hacer reverencias algún día?
-Decidme entonces Deyanira ¿de dónde venís? ¿Y qué hace una dama como vos caminando a estas horas por un sitio como este? No se si sabéis, que este camino no suele estar muy transitado.
1. Buena pregunta.
2. Ya me había dado cuenta.
Por primera vez me fijo en la ropa que llevan. Parece sacada de la Edad Media o del Señor de los Anillos. O quizá de los dos sitios. Por lo que, una de dos, o he acabado en una feria medieval, o me da que a esta gente no le pueda contar que, supuestamente, yo vengo de Zaragoza, porque no van a tener idea ni de dónde está Zaragoza. Para no mentir, la opción más sensata me parece decir (y verdaderamente dicho), que vengo de la montaña.
-De ahí-digo señalando al monte-. Me dirijo al pueblo.
Vale, por cómo me miran, deduzco que la opción de la montaña no era la más sensata. Con una sorpresa sólo comparable a la que llevo yo en el cuerpo desde hace horas, Lord Perin, pregunta:-¿Cómo habéis llegado hasta allí?
Pues eso mismo me gustaría saber a mí, buen señor. Y como no tengo respuesta, me limito a poner mi sonrisa más inocente, encogerme de hombros, y sacudir la cabeza.
-¿No lo recordáis?-pregunta Gern. Éste hombre sí que parece majo, por lo menos no tiene el ceño tan fruncido que en cualquier momento se le va a arrugar el morro.
Sigo sin tener respuesta a esa pregunta, así que, de nuevo, simplemente me encojo de hombros, sonrío inocentemente, y ladeo la cabeza.
-¿Necesitáis que os llevemos a alguna parte, mi señora?- pregunta solícito Jaler.
-Pues yo…, me dirigía al pueblo-y ciertamente llegaría antes si me llevaran ellos.
-¿A buscar a algún pariente, tal vez?-pregunta Gern.
-Pues no. No tengo parientes por aquí- en el fondo es verdad.
-¿A algún amigo, quizás?-continúa.
Simplemente niego con la cabeza.
-Me temo que no.
-¿Estáis diciendo, muchacha, que no sabéis cómo habéis llegado hasta aquí, y que pretendéis dirigiros a un lugar donde no conocéis a nadie?-me pregunta Perin con el mismo tono que pondría un interrogador profesional de la CIA.
Qué bien lo ha resumido el…hombrecillo.
-Bueno, he llegado hasta aquí desde la montaña.
-Pero no recordáis cómo habéis llegado hasta la montaña, ¿verdad?- sigue pinchándome Perin.
Este tío quiere traumarme, seguro. Y por cómo me miran todos, deduzco que me están tomando por loca.
-Así es señor. No recuerdo cómo he llegado hasta aquí, pero me dirijo al pueblo porque es el sitio más cercano-¡qué lo sepas, tío!
Definitivo. Me están mirando todos como si estuvieran a punto de internarme en un psiquiátrico… o lo más parecido a uno que haya por aquí. Cuando ya me estoy preparando para morder a alguien (aunque una boca magullada poco puede hacer contra 5 espadas), Calen me mira y dice:
-En ese caso, milady, no puedo permitíroslo-lo sabía, ahora es cuando me apresan y me internan-. No puedo consentir que vayáis hasta el pueblo sola, lastimada y sufriendo una evidente amnesia, seguramente sin dinero-¡mierda! No había caído en eso-, ni que deambuléis por las calles sin conocer a nadie y sin sitio en donde refugiaros. Os venís con nosotros al castillo. Sois mí invitada-¿Qué? ¿He oído bien?
-Majestad…os, os lo agradezco, pero… yo…-¡Deja de balbucear como una idiota, Yeny!
-¿Acaso tenéis un sitio mejor donde ir?-pregunta Perin. ¿Es que ese tío siempre tiene que buscarme las cosquillas?
-No, milord.
-Pues entonces no podéis rechazar el ofrecimiento de su majestad-Perin dice esto con tanta firmeza, que no me atrevo a decirle que no (tampoco es que me apetezca contradecirlo)-. Además, no es correcto que una doncella viaje sola y sin nadie que la proteja.
¡Vaya, hombre! Eso casi ha sonado simpático.
-Tenéis razón, buen señor. Y es para mí un privilegio y un honor, aceptar vuestra oferta, mi rey.-¡Qué bien hablo cuando quiero!
-Pues no se hable más-dice Calen.
Entonces él me agarra por la cintura y me sube a la grupa del caballo, dejándome sentada a lo amazona. Lo cierto es que no he montado a caballo en la vida, pero por lo que me han contado, la postura de la amazona es la forma más incómoda de hacerlo, y como no me apetece romperme la cabeza en mi primera cabalgada, paso una pierna al otro lado del animal y me siento a horcajadas. Ya sé que eso llama la atención (aunque en mí, hoy eso es inevitable), pero no es excusa como para que todos me miren igual que si tuviera el pelo verde. Todos, excepto Calen, que simplemente se ríe y se sube a la montura.
-Bueno milady, está claro que lleváis las ropas adecuadas para montar de esa manera.
-¿Qué decís?- estoy demasiado concentrada disfrutando del tacto de mis manos sobre su estómago como para escuchar nada.
-Lo digo por vuestros pantalones. Son extraños, pero adecuados.
-Ah, sí-yo sigo concentrada en mis manos.
No me extraña que se haya fijado en mi ropa. Lo cierto es que, comparado con la que ellos llevan, resulta hasta estrafalaria. Mis vaqueros contrastan bastante con sus mallas, y mi camiseta no es ni la mitad de larga que sus blusones. Y ya mejor no hablemos de mis deportivas, que, aún a pesar de estar medio ocultas por el bajo de mis pantalones, incluso destacan comparadas con las botas que ellos llevan. Lo único que no parece desentonar entre todo lo que llevo al lado de ellos cinco, es mi medallón. Mi medallón redondo de cobre, que lleva engarzadas cuatro piedras azul, verde, amarilla y rosa rodeando a una quinta más grande, de intenso color rojo. Cinco piedras en total (¡anda!, una por cada hombrecillo). No en vano, me lo compré en una feria medieval.
Mientras cabalgamos me dedico a observar a Lord Perin y a Lord Gern, situados a derecha e izquierda respectivamente. Firell y Jaler están detrás de mí, y me parece un poco descarado girarme para quedarme mirándolos. Si ya soy “la loca que no sabe ni de dónde viene”, no quiero ser también “la loca que no sabe ni de dónde y que encima es inquietante cuando te mira”. O, para abreviar, “la loca que mira”. No. Perin y Gern son la mejor opción.
Ciertamente, el contraste entre los dos hombres es increíble. Gern, que rondará la veintena, es alto, fuerte y ancho de hombros. Sus facciones, aunque son muy marcadas, dibujan un rostro amable. Sus ojos, de color marrón claro, me sonríen cuando se percata de que lo miro.
Perin, en cambio, rondará ya la cincuentena, y su cabello negro está salpicado de canas. Aunque no parece tan fuerte como Gern, por su complexión debió ser un gran guerrero cuando era más joven. Su porte es altivo, y su gesto serio. Y por cómo me ha mirado, creo que no le caigo demasiado bien. Aunque él a mí tampoco, así que…
-Lady Deyanira-dice de repente Calen-, lleváis mucho rato callada. ¿Os encontráis bien?
-Sí señor, es que me molesta un poco el sol.
No me da tiempo a inventarme nada mejor.
-¿El sol?-pregunta- ¿Os hace mal a los ojos?-se gira para verme y, por alguna extraña razón, se queda mirando mi pelo- Tenéis el pelo dorado...
-Es por el sol, mi señor-. Me lo han dicho muchas veces, pero, inevitablemente, me sonrojo.
Realmente tengo el pelo de color castaño claro. Pero la luz causa ese efecto sobre él. Según de qué lado le dé es rubio, moreno, pelirrojo, o incluso blanco.
-Sin embargo, lo tenéis especialmente brillante. Casi, casi...refulgente-objeta Perin mirándome con ojos penetrantes.
Cojo un mechón de mi pelo y lo observo. Ciertamente, más que el tono rubio que mi pelo suele tener con esta luz, parece, como Perin ha dicho, refulgente. Dorado como el mismo sol. Será que los rayos de luz de este sitio son más fuertes. O que no tiene capa de ozono (a que me acabo quemando... ¿cuánto va?).
-Pronto llegaremos al castillo-informa Gern.
A medida que avanzamos, me dedico a mirar el paisaje. Está claro que no tengo nada mejor que hacer que ponerme a mirar cosas… Aunque a mi izquierda se ven los típicos pastos y campos de cultivo, y alguna que otra granja diseminada por ahí; a mi derecha sólo se ve un bosque...negro. Es curioso, porque el bosque se extiende paralelo a la carretera hasta el pie de la montaña en la que he aparecido; sin embargo no me había dado cuenta de que estaba allí...hasta ahora.
La verdad es que el bosque destaca bastante, porque es un bosque enorme, lleno de árboles gigantes...pero es completamente negro. Y lo que es más inquietante: es absolutamente silencioso. Como si no hubiera vida en él, como si estuviera muerto. Y aún hay otro detalle. El bosque está a la derecha de la carretera y, aunque cuando me he encontrado con Calen y los demás venían cabalgando por mi izquierda (como es normal), ahora nosotros, ¡seguimos cabalgando por mi izquierda! Como si quisieran evitar ese bosque todo lo posible.
Fijo la vista en el bosque un buen rato. A pesar de su color negro y su silencio, tiene algo... una especie de hechizo, que hace que no pueda apartar la mirada de él. Es como una especie de melodía...o de canción...que me resulta extrañamente familiar....como un canto de sirena...como si una ninfa bailara entre los árboles...como si el viento dijera mi nombre...
-¡Hemos llegado!-anuncia Calen sacándome de mis ensoñaciones-Lady Deyanira, sed bienvenida a Longia, capital de mi reino.
¿Así que resulta que el pueblo que me parecía divisar en lo alto de la montaña es la capital? Pues qué pequeña parecía...si no tenía ni castillo. Aunque también es cierto que la montaña está relativamente lejos y es muy probable que yo no lo viera.
La verdad es que Longia es una ciudad bastante grande. Las murallas rodean la urbe hasta donde alcanza la vista. Cuando entramos, la ciudad arde en bullicio y festejos.
-Estamos celebrando el florecimiento de los árboles-me explica Calen.
-¿Las fiestas de primavera, tal vez?-pregunto.
-Así es, señora. Por primera vez en siglos-afirma contento Gern.
¿Pero cada cuánto tiempo es primavera en este sitio?
Apenas tenemos que avanzar unos metros para que el pueblo se percate de nuestra presencia, pero en cuanto lo hacen, todo el bullicio y el ruido desaparecen y se hace el más absoluto silencio. Me pone bastante nerviosa darme cuenta de que ese silencio es por mi causa. La gente hace pasillo a la comitiva y me observa fijamente mientras pasamos. Pero al poco tiempo, parece que dejo de resultar interesante y se reanudan los festejos. Aunque las flores empiezan a llover sobre nuestras cabezas. Me siento como Jesucristo entrando en Jerusalén el Domingo de Ramos. A mi que me inquietaba que alguien quisiera quemarme en la hoguera, y resulta que me dan semejante bienvenida. Qué majos son los de este pueblo…
Avanzamos lentamente por la ciudad hasta llegar al castillo. Pero el rato que nos cuesta llegar me dedico a disfrutar del ambiente. Mire por donde mire encuentro caras sonrientes, niños correteando con flores en la cabeza, adultos bebiendo alegres, tenderos anunciando sus productos con voz potente, puestos humeantes de comida, echadoras de cartas, músicos y juglares, y muchísimas banderas con lo que (supongo) será el emblema de la Familia Real: un lobo negro yaciente sobre un fondo rojo oscuro. El lobo, a pesar de estar tumbado, en actitud muy relajada, tiene los ojos abiertos y las garras extendidas. El mensaje me parece claro: tranquilos, pero siempre alerta.
La llegada al castillo se asemeja bastante a la del pueblo: primero silencio y sorpresa con los ojos puestos en mí, y luego todo son sonrisas y buenas palabras. Los mozos de cuadras se llevan los caballos a los establos mientras los guardias abren las puertas. Educadamente, Calen se despide del resto de sus caballeros y me pide que le acompañe ”a mis aposentos”.
Me guía por el castillo a través de pasillos y corredores, suelos alfombrados, paredes repletas de tapices... y un montón de escaleras. Llegamos a un pasillo lleno de retratos, y supongo que mi habitación estará en él, porque no tiene más salidas. Sin poderlo evitar, mis ojos se dirigen hasta el último de los retratos. Destaca entre la multitud, básicamente, porque es el único retrato de una mujer entre todas las pinturas masculinas.
El cuadro representa a una jovencísima reina, de cabello negro ondulado, muy largo y piel ligeramente morena. Sus ojos son oscuros, y su expresión serena. Viste una especie de vestido de tirantes naranja, y a su frente va ceñido un fino aro dorado. Parece que también lleva algo al cuello, un colgante o algo así, pero la pintura está vieja y el color se ha emborronado, así que no lo puedo distinguir bien. Me pregunto quién será. O, más bien, sería.
-Lady Deyanira, es aquí-me indica Calen esperando junto a una puerta.
Me acerco a él mientras abre la puerta. Y al cruzar el umbral no puedo reprimir una exclamación de sorpresa. ¡Esta habitación es enorme! ¡La mitad de mi casa cabría en ella!
-¿Os gusta?-pregunta.
¿Qué si me gusta? ¡Me encanta! Es la habitación de mis sueños.
-Mucho, señor.
-¿Bajaréis a comer, o preferís que os traigan aquí la comida?
Si he de ser sincera, no tengo ni hambre.
-Si no os importa, milord, preferiría no bajar a comer-intento declinar la oferta con todo el respeto del que soy capaz-. Tampoco hace falta que me la suban aquí. Si no os parece mal, me gustaría descansar hasta la cena.
-Lo comprendo. Habéis hecho un largo viaje-razón no le falta-. Daré orden de que nadie os moleste hasta la cena. ¿Deseáis que antes de cenar os haga traer un baño?
-Me encantaría-quitarme todo el polvo del camino y lavarme el pelo sería un auténtico lujo.
Calen asiente con la cabeza y me tiende una pequeña llave.
-Tomad, es para que abráis las puertas del armario.
Extiendo la mano para cogerla, pero él me agarra la muñeca y me la observa con atención.
-Tenéis una luna en la muñeca...-murmura.
Mi tatuaje. Una pequeña media luna blanca en mi muñeca.
Me hice este tatuaje el otoño pasado, apenas cumplí los 18 años. Y me lo hice a expensas de mis padres. Fue una suerte que fuera invierno, porque las camisetas y los jerséis me permitían taparlo. Pero en cuanto llegó el buen tiempo... No recuerdo que me cayera una broca semejante desde que le arranqué las páginas a la edición encuadernada en piel y escrita en versión original de La Ilíada de mi madre. ¿Qué esperaban? Sólo tenía 5 años.
-Es un tatuaje, mi señor.
-¿Un tatuaje?-pregunta Calen extrañado.
-Sí señor. Una especie de dibujo hecho sobre la piel-le explico.
-¿Y no se borra? ¿Siempre está ahí?-pregunta acercando un dedo para acariciar la luna. Su piel tiene un tacto tan suave....
-No majestad, no se borra.
-Increíble. La luna en la piel...-murmura de nuevo-. Uy qué cosa…- Carraspea e inmediatamente recupera la compostura-. Que descanséis, Lady Deyanira.
-Gracias señor.
Calen sale cerrando la puerta a mis espaldas. Apenas se ha ido, yo corro hasta la enorme cama con dosel (y tan enorme. Lo menos del tamaño de dos camas de matrimonio), y salto sobre ella toda emocionada. ¡Adoro este sitio! El lugar es precioso, tengo una habitación flipante, y encima conozco personalmente al buenorro del rey. ¡De hecho vivo en su casa! XP En el fondo no estoy tan mal….para estar en un sitio desconocido con gente desconocida….
-Translot...Calen...-todo suena tan mágico.
Rendida por el cansancio, me quedo dormida a los poco minutos.

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