miércoles, 16 de septiembre de 2009

29 de mayo: Rumbo a las estrellas

-Milady, ¿nos deleitaríais con una canción de vuestro hogar?
-¿Qué?-¿Pero es que este tío me ha visto cara de gramola?-Oh, no, no señor. Canto fatal….
-No es cierto milady-me corrige Gern-.Os oímos cantar esta mañana y tenéis una voz preciosa.
Sí, y por eso precisamente acabé chocándome contra un árbol. Y cuando Eiris me ha pillado esta tarde cantando en la bañera…Que no, que no canto.
-Os aseguro señor, que tengo una voz horrorosa.
-Milady, a mí me plugo mucho la canción que entonabais esta mañana, y me gustaría volver a oíros cantar algo parecido-dice Perin.
En serio, no entiendo a este hombre. ¿Cómo se supone que me trata? Como un borde rematado, como un perfecto adulador, como mi guardián y protector… ¡Dios, que no se aclara! Parece el Doctor House.
-¿Queréis probar que no sois la Dama?-me susurra Calen-, pues entonces cantad. La profecía es muy concreta en cuanto a lo que a las dotes musicales de la Dama se refiere. Si no sois ella, nada ocurrirá. Si lo sois…el público quedará hechizado, prendado de vuestra voz.
-Pero yo no quiero hechizar a nadie…
-Si no sois la Dama, no lo haréis. Si tan segura estáis de que no lo sois, cantad. ¿Qué tenéis que perder?
No sé cómo hace Calen para liarme. Cuanto más habla, más creo que podría tener razón. ¡Pero por todos los santos Yeny, eso es imposible!
-Está bien señores, cantaré-anuncio levantándome de mi asiento y situándome junto al trovador.
Aplausos corteses responden a mi consentimiento, mientras yo me planteo qué canción cantar. ¿Alguna de mi tierra? La más típica de una tierra que conozco es el “Soria qué linda eres”, y dudo mucho que éstos sepan dónde está Soria. ¿El 15 de agosto de Ixo Rai? Sí, claro, como que van a saber, con toda seguridad, lo que es una peña, o una ranchera… Debería ser algo representativo de mi cultura, como un poema que todos conozcamos… Pero no me sé el Cantar de Mío Cid, y para cantarles La canción del pirata, versión Tierra Santa, entera… Algo con tintes medievales estaría bien, pero todas las canciones que me vienen a la cabeza son del Finisterra de Mago, o del de La leyenda de la Mancha. Y ninguna se salva de tintes eróticos-festivos, o político-revolucionarios… ¡A tomar por saco! Voy a cantar la canción que mejor expresa mi estado de ánimo actual: Rumbo a las estrellas de Tierra Santa.
-Esta canción habla de la necesidad del ser humano de sentirse libre, el deseo infinito de ser dueño de su destino, y de la búsqueda imperiosa de un lugar en el que pueda ser, simplemente, él mismo-me aclaro la garganta, cierro los ojos para concentrarme en la melodía…y que sea lo que Dios quiera.
“Quisiera ser audaz, navegar hacia el horizonte, surcar las olas del mar. Sentir el viento en mí, dominar la tempestad, tener por rumbo a las estrellas. Buscar mi sueñodonde el cielo aun sea azul, viajar sin miedo a naufragar, y una bandera solo izar:LIBERTAD”
“Olvidar que el destino me engañó, que mi vida se escapó, perdida entre los muros del destierro. Olvidar mi tormento y mi dolor, mi lamento y mi prisión. Zarpar poniendo rumbo…rumbo a las estrellas. Rumbo a las estrellas. Poder volar allí…”
Y mientras canto puedo ver el mar infinito ante mí, y sentir cómo el viento me golpea en la cara. Puedo ver el cielo estrellado sobre mi cabeza, el arco iris que me marca el camino, puedo sentir cómo mi cuerpo flota y se eleva hasta el cielo…
“Y aunque la noche se apodere de la luz, buscaré mi libertad más allá de las estrellas.”
“Quisiera ver la mar elevarse hacia la luna, mirar su danza escapar. Poder volar allí, acercarme a su amistad, bailar con ellas aunque muera.”
“Buscar mi sueño donde el cielo aun sea azul, viajar sin miedo a naufragar y una bandera solo izar: LIBERTAD”
“Olvidar que el destino me engañó, que mi vida se escapó perdida entre los muros del destierro. Olvidar mi tormento y mi dolor, mi lamento y mi prisión. Zarpar poniendo rumbo, rumbo a las estrellas. Rumbo a las estrellas. Poder volar allí”
Y mientras canto puedo sentir la música en mis oídos, y extiendo mis brazos para recibir la luna que me sonríe y la libertad que viene a mi encuentro, y marcar el rumbo del barco en que me dirijo hacia ellas. Y mientras canto giro y doy vueltas danzando con las estrellas, y hago un dueto con la luna, y el viento se convierte en mi pareja de baile.
Puedo sentir la música amplificando su volumen cuando llamo al olvido y a las estrellas. Puedo sentir la música sonando en el intermedio de mi melodía. Puedo sentir la música disminuyendo cuando termino mi canción…
Y ahora mismo también puedo ver la cara de flipados de toda la corte que me miran con expresión cuasi orgásmica.
-Por un momento pensé que realmente estaba en el cielo-me susurra el trovador-. Si la voz de la Dama es tal y como dicen las profecías, la vuestra es infinitamente más hermosa.
¡Genial! Lo que me faltaba. ¡Que me lo confirmaran! Con la increíble ovación de todos como música de fondo, tomo asiento en mi lugar.
-Bien hecho, mi Dama-me susurra Calen.
-No me llaméis así.
-Para mí es lo que sois, Yeny-responde acariciándome suavemente la mano por debajo de la mesa.
Dios, ¿por qué no le planto el morreo de su vida de una vez si lo estoy deseando? Ah claro, Perin. Y otras cien personas más. Joder, pero, ¿desde cuándo eso me ha supuesto un impedimento? Ah claro, desde que esas 100 personas no están precisamente a lo suyo, sino que me observan con expresión de “Esto luego se lo cuento yo a Peñafiel” ¡Joder, malditas reglas de protocolo! ¡Qué mierda de fiesta!
-Estáis convencido de que yo soy esa Dama, ¿verdad? Nada de lo que haga o diga te convencerá de lo contrario, ¿no es cierto?-pregunto a Calen.
-Cuanto más hacéis y decís, Deyanira, más seguro estoy de ello.
-Muy bien. Eso ya lo veremos-digo poniéndome de nuevo en pie.
-¿Qué vais a hacer?-pregunta Calen con expresión asustada.
-Oh, solo voy a contar un cuento. A ver qué pasa. A lo mejor hipnotizo a alguien, y todo.
-¿Vais a usar vuestros poderes para hipnotizar a mi corte a propósito? ¿Después de lo que les ha hecho vuestra canción? Teníais razón, estáis loca.
-No lo sabes tú bien.
-¿Por qué queréis hacerlo Deyanira? Vos no creéis que seáis la Dama. ¿Por qué queréis intentar utilizar sus poderes?
-Para convenceros a todos de una vez, de que no lo soy.
Mentira. Lo hago porque estoy asustada de mí misma. Porque tengo miedo de que la expresión de absoluta felicidad que todos tenían cuando he terminado de cantar fuera realmente fruto de mi voz. Porque cuanto más lo pienso, más probable y lógico a la par que cierto me parece que yo sea esa Dama. Y no quiero serlo. Quiero convencer a todos de que no lo soy. Pero sobre todo quiero convencerme a mí misma.
-Escuchadme todos, por favor-anuncio situándome junto al trovador de nuevo-. Como parece ser que esta noche nos ha dado a todos por la literatura, y después de haber escuchado esa preciosa leyenda que me ha llegado hasta el fondo del alma-puta historia- me gustaría relataros una leyenda, que lleva relatándose entre mi gente desde hace generaciones. De abuelos a nietos, de padres a hijos, de hermanos a hermanos, desde tiempos inmemoriales-mentira, me la inventé yo cuando tenía 9 años-. Esta historia la oí de mi madre, quien la oyó de la suya, y ésta de la suya, y ésta de la suya, hasta los orígenes de mi linaje, siendo mi tataratataratataratataratatarabuela quien la trajo de lejanas tierras. Se titula Sireas…-me concentro en la historia, el ambiente, los personajes, en visualizarlo todo, y empiezo a narrar…

٭٭٭
La noche cae, la luna brilla en el cielo. Es hora de que vuelva a casa. La mar está revuelta. Me agito en la barca, debo darme prisa, pronto habrá tormenta. Pero estoy demasiado lejos del puerto. El mar está cada vez más embravecido. Intento remar lo más rápidamente posible, pero las olas golpean más fuerte. Intento izar las velas, gobernar el bote con el timón, pero el viento sopla con furia, y me arrastra irremediablemente hasta el acantilado. Nadie ha regresado con vida de allí. Dicen que lo habita una criatura maldita, eterna y hermosa, que disfruta dándose un festín con los marineros que hasta allí llegan. Choco contra las rocas, la embarcación se rompe en mil pedazos. Me hundo en el mar. La noche se cierne sobre mí. Sé que es el fin......
“Ulises, Ulises despierta.....” Alguien me zarandea. Es de día, estoy en la playa. Sorprendentemente, o milagrosamente. ¡Gracias a los dioses! Estoy vivo, sigo vivo. Mi adorada Helena, estás a mi lado. No puedo evitar abrazarte con todas mis fuerzas. No sé cómo he llegado hasta aquí...... me da igual. Estoy vivo, estoy vivo, vivo ¡vivo! Vuelvo con Helena a casa. Puedo ver los restos de mi barca flotando en el acantilado. Me pregunto si........ No, imposible, nunca pasaría eso. Pero sin embargo...... no, no. Desecho esa idea de mi cabeza. El acantilado se alza imponente, terrorífico y, aún así, hermoso.
Padre está esperándome junto al hogar cuando vuelvo. Estuvo toda la noche rezándole al buen Poseidón para que el mar no me llevase al Hades. Si alguien puede resolver mis dudas es él. Es un anciano sabio, que conoce más leyendas que nadie. Pero no quiero que Helena nos escuche hablar, la pobrecilla se angustiaría demasiado. Espero pues a que se haya acostado. Padre sigue junto al hogar, haciendo ofrendas a Poseidón en agradecimiento por haberme devuelto a la costa sano y salvo. Me siento a su lado, me corto un mechón de mis cabellos y lo dejo frente a la estatua. Rezo en silencio, agradecido por conservar mi vida. Ambos nos miramos. Es el momento.
-Padre...
-¿Mmm?
-¿Qué sabes del acantilado?
-Lo mismo que tú Ulises. Es peligroso, no te acerques nunca allí. No sabes lo que hay allí, quien lo habita... nunca querrás estar allí.
-Padre, he estado allí. La barca se estrelló frente a sus rocas, y salí ileso. Todos los marineros insisten en que, quien quiera que viva allí, disfruta devorando nuestros cadáveres. Casi me estrello contra las rocas. Mi cuerpo se hubiera roto contra sus salientes, y mis huesos se habrían machacado. Quien quiera que lo habite se habría dado un festín con mis pobres restos. Jamás me hubierais encontrado, y yo habría vagado eternamente por el Hades sin poder entrar en el Elíseo. Pero estoy aquí. Algo me salvó. Y sé que tú sabes qué.
Te mesas la barba con los dedos, dudando.
-¿Qué es lo último que recuerdas, hijo mío?
-Pues... hundirme en el mar...
-¿Y que más?
Algo más recuerdo, sí..... Una melena negra y......
-¿Una cola de pez?
Te miro sorprendido. ¿Cómo lo sabes?
-Hace tiempo hubo una tormenta. El mar estaba feroz esa noche y la luna brillante. Naufragué. Me estrellé contra el acantilado, exactamente igual que hiciste tú. Y sobreviví, al igual que tú. Esta historia la oí de mi padre, a quien se la contó su padre, y éste la oyó del suyo. El secreto que ha guardado nuestra familia durante años, y que esperaba, muriera conmigo.

Hace muchas generaciones, ésta era una ciudad esplendorosa, próspera y rica. El recién coronado rey Anfitrión celebró su boda con Yocasta, princesa de una ciudad cercana. Era la pareja perfecta, amados y respetados por sus súbitos y queridos por los dioses. Pero la reina parecía que nunca iba a poder dar un heredero a la corona. Tras casi cuatro años de intentar, de rogar a los dioses, de visitar oráculos, médicos y astrólogos, Yocasta, desesperada, acudió al acantilado dispuesta a suicidarse. Pero la diosa Anfitrite se apiadó de ella. Le prometió que concebiría un hijo, pero que si éste llegara a enamorarse, la ruina y la devastación caerían sobre el reino. Enamorarse, decía, era lo más bajo que podía caer un humano, pues nublaba la razón y te hacía actuar como un estúpido. Yocasta, agradecida, aceptó. Un hijo suyo no tenía por qué enamorarse, al fin y al cabo, los matrimonios de conveniencia se basaban en eso. Gozosa y aliviada, regresó de nuevo al castillo.
A los pocos meses, Yocasta y Anfitrión tuvieron una hermosa niña, tan blanca como la luna y de cabellos tan negros como la noche, los ojos azul del océano profundo. La llamaron Sireas, “el don del mar”. Tres años después, fueron bendecidos una vez más con un heredero, Príamo. Durante muchos años, la familia vivió feliz. Pero Sireas creció, y cada vez era más hermosa. Sus padres, se cuidaron mucho de guardarla de la vista de cualquier joven efebo, pero esta era una tarea difícil, pues, aunque nunca nadie la había visto, la joven estaba en edad de merecer, y los pretendientes no dejaban de acudir al reino para pedir su mano, atraídos por el rumor de su increíble belleza.
Por los hombres es sabido que el Destino es caprichos y Eros cruel. Sireas era indomable como el mar, e incontenible como el agua. No le gustaba quedarse encerrada en sus aposentos mientras había visita en el castillo, y siempre lograba burlar a sus amas y escaparse al acantilado. Le gustaba el lugar porque era hermoso y tranquilo, y porque la simple extensión del horizonte marino en calma le hacía sentirse segura, fuerte, y como en casa. Y fue allí donde lo conoció. Un joven muchacho. Uno de sus pretendientes. Se llamaba Polidectes. Él se quedó sorprendido, creyó ver una ninfa o una dríade, la mismísima Tetis huída de las aguas. Sireas salió huyendo en cuanto lo vio, temerosa de la maldición que sabía que pesaba sobre ella. Y corrió hasta llegar al castillo. Pero esa tarde, sus padres le dieron una terrible noticia, se casaría, en dos semanas, con un príncipe extranjero. Sireas sabía que era inútil rebelarse, que tenía un deber que cumplir como hija. Pero no podía dejar de pensar en el desconocido que había vista esa mañana, el que se hacía llamar Polidectes. E imploró a los dioses con todas sus fuerzas que su prometido fuera él. Pronto supo que no era así, y que su futuro marido era en realidad un cuarentón, gruñón y egoísta, pero con un enorme reino y una inmensa fortuna. Y eso la desesperó.
Necesitaba estar sola, pensar en lo que le había ocurrido ese día, en lo que sería su vida a partir de ese momento, en ese misterioso chico, y llorar en paz. Volvió a su acantilado, pero había alguien más allí. “Sabía que volverías”, le dijo. “¿Tú eres Sireas, verdad?” Ella lo miró angustiada, demasiadas preguntas en un solo segundo, demasiadas emociones en un día. Demasiados deberes que cumplir, demasiados intereses en juego. “Realmente, tu fama no hace justicia al rostro que la acompaña, eres aún más hermosa.” Sabía que esa situación no era correcta, estaba mal que ella hablara de esa forma a solas con un desconocido, en un lugar tan solitario, que ahora ella era una joven prometida; pero estaba desesperada por su suerte, no había podido dejar de pensar en él y, por alguna extraña razón, lo único que quería era que la estrechara entre sus brazos. Corrió y lo abrazó. La luna sonrió al verlos. Y Sireas supo que su maldición se había cumplido.
Maldición, no en vano sus padres habían llamado así a la condición de su nacimiento. Estaban abrazados, lejos del mundo y de la realidad, ajenos a todos. Polidectes ni siquiera vio el brillo de unos ojos enfurecidos y el filo de una espada centellear en la noche. Sólo sintió como el acero se hundía en su costado, y como una segunda estocada l atravesaba el corazón. Y Sireas lo único que notó fue una fuerte mano que le asía de su brazo y la llevaba a rastras de vuelta al castillo. Su última visión fue la de su querido Polidectes siendo arrojado al mar por un hombrecillo pequeño y enjuto. Su prometido había matado a su amado.
Polidectes había muerto por causa de la hija del rey Anfitrión, y eso no iba a quedar sin castigo. Los ejércitos del padre de Polidectes, Ascanio, se presentaron frente a las murallas de la ciudad. El rey pidió ayuda al prometido de su hija, pero éste se la negó asegurando que no pensaba apoyar al padre de una meretriz. Rompió el compromiso, y unió sus ejércitos a los de Ascanio. El reino no soportó el sitio, las murallas cayeron, la ciudad fue saqueada, los hombres y los jóvenes asesinados, las mujeres y las doncellas violadas, y todo superviviente fue hecho esclavo. Aún pueden verse las ruinas de la ciudad desde aquí. Yocasta y Anfitrión fueron asesinados y en su lugar se proclamó rey Ascanio. Sireas huyó, desesperada, sin hogar al que volver, sin forma de sobrevivir, decidió unirse a Polidectes. Corrió al acantilado y saltó. Pero la maldición de Anfitrite no la dejaría nunca. Ella era, en parte, una diosa. El poder de Anfitrite la concibió en el seno de su madre, y la sangre de la diosa le insufló la vida. Yocasta era estéril. Sireas y Príamo eran hijos suyos y de Anfitrión. Y eso hacía a Sireas, a su pesar, una de los inmortales. Durante mucho tiempo, Sireas se hundió en el mar, tanto que sería imposible medirlo incluso para el mismísimo padre Cronos. Despertó dentro de su adorado acantilado, con su naturaleza marina en lugar de piernas. Tenía una cola de pez y era inmortal. Estaba furiosa con el mundo, y la soledad la volvió loca. Mata a todo aquél que se acerca, creyendo tratarse del asesino de Polidectes.

-Pero eso no tiene sentido. A mí me salvó.
-Eres impaciente muchacho, creí que tanto tiempo en el mar te había enseñado algo. Mi historia aún no ha terminado.

Sireas no fue la única que huyó, Príamo se refugió en un reino cercano. Durante semanas vagó a través del bosque, hasta que fue acogido por una familia de pescadores. Él era mi tatarabuelo.

Sireas me salvó en una noche de tormenta, te salvo a ti y salvará a cada uno de nuestros descendientes. Ella es inmortal, nosotros bastante longevos. Y como única familia suya, nunca dejará que nada nos ocurra.

٭٭٭

Muy bien Yeny, ya has contado tu historia, te la has imaginado y te has concentrado en proyectarla en la mente de cientos de personas (con nulo éxito, seguro). Y esa cálida sensación que tenías en el pecho, fijo que es una levísima taquicardia fruto de los nervios que te producen la certeza de saber, que es imposible que con una estúpida historia que te inventaste a los 9 años hayas hechizado a toda una corte.
Ahora, después de este circo que has montado tú sola, vas a abrir los ojos, vas a aguantar las risas de cien personas, vas a querer que te trague la tierra y vas a volver a tu sitio como una buena chica.
Pero cuando he abierto los ojos, nadie se ha reído:
-¿Aún después de esto os cuestionáis su identidad, Hierald?-pregunta el Mutenroi al enano Gruñón.
-Mi Dama, por fin habéis llegado-dice el trovador inclinándose ante mí.
-¿Os convencéis ahora de quién sois en realidad?-pregunta Calen a mi espalda.
Solo son casualidades. Mi relato ha tenido ese efecto porque siempre se me ha dado muy bien el teatro, y yo me he concentrado mucho en hacerlo bien. No es porque tenga ningún tipo de poder sobrenatural en mi voz.
-Tenéis la voz de una sirena, y la capacidad literaria de una musa. Tal como dice la profecía. Sólo os falta demostrar que, bailando, sois semejante a una ninfa.
-No es cierto Calen. ¡No es cierto, me oyes! Yo no soy esa Dama. ¡No soy la Dama!
No puedo serlo. No puedo creer que lo sea. Y tampoco puedo quedarme aquí un minuto más. Así que salgo corriendo de la sala, y sólo hago eso: correr. Correr a través de pasillos y escaleras y puertas hasta llegar a mi cuarto. Vuelvo a fijarme en el retrato de la mujer misteriosa. Ahora sé quien es. La Reina.
-¡Todo esto es culpa tuya!-le grito-¡Culpa tuya!
Por un instante me parece que la pintura se aclara, que sus ojos brillan, que su pelo se vuelve más suave, que su pecho sube y baja con cada respiración, que le retrato se hace más real, y que puedo ver lo que lleva colgado al cuello: mi medallón. Con la piedra roja central brillando con fuerza.
-¡Déjame en paz, no quiero ser como tú!
Entro en mi habitación y me tiro encima de la cama, llorando. ¡No puede ser verdad! ¡No soy ninguna heroína, ninguna Dama! ¡No tengo poderes sobrenaturales de ningún tipo! ¡Solo soy una chica normal!
-¿Deyanira? ¿Deyanira, estáis ahí?-pregunta Calen al otro lado de la puerta, aporreándola con los puños-¡Deyanira, abrid!
-¡No quiero hablar contigo! ¡No quiero hablar con nadie! ¡Déjame sola!
-¡No pienso dejaros sola después de lo que ha pasado esta noche! ¡Abrid!-no pienso responderle-¡Abrid!-no pienso decirle nada- Esta bien, si vos os comportáis como una niña, yo también lo haré.
Calen comienza a aporrear la puerta una y otra vez sin descanso, repitiendo continuamente “¡Abrid, abrid, abrid, abrid!”. Dios, ¿por qué no me dejará tranquila? ¿Es que no me ha dado ya bastantes disgustos en lo que va de noche? Tanto ruido me está desquiciando, y cuando estoy desquiciada y asustada me pongo furiosa. Así que me levanto y abro la puerta.
-¿Qué parte del “Déjame en paz” es la que no habéis entendido, Calen?
Pero en lugar de contestarme, me empuja dentro de la habitación, cruza el umbral, y cierra la puerta tras de sí. ¡¿Se acaba de meter en mi cuarto?!
-¡Salid de la habitación!
-No pienso marcharme de aquí: primero, hasta que aceptéis que sois la Dama-dice contando con los dedos-; segundo, hasta que asumáis que tenéis una misión que cumplir; y tercero, ¡hasta que os calméis!
-Besadme…digo, ¡Dejadme en paz!-¡Controla tus hormonas Yeny!
-No pienso marcharme de aquí hasta conseguir todo lo que os he dicho-anuncia sentándose sobre la cama-. Y por mí como si tardo toda la noche.
¿Toda la noche? Eso en mucho tiempo…XD. L, GENIAL, AHORA ESTOY MÁS CONFUSA TODAVÍA. Si no tenía bastante con dudar de si soy o no la Dama, ahora encima tengo que dudar sobre si quiero tirarme o no a…los brazos de Calen (las hormonas Yeny, las hormonas…).
-¿Y si viene alguien? ¿Qué creéis que dirían en la corte si alguien os encontrara aquí? ¿Qué diría Perin?
-Estoy seguro de que lo entenderá-contesta seriamente.
Yo doy vueltas de un lado a otro de la habitación, nerviosa. Ya estoy bastante afectada por el asunto de la Dama como para, aún encima, preocuparme por tener a Calen de noche, a solas, en mi habitación, ¡y en mi cama! Gracias al cielo que está sentado… ¡Yeny, las hormonas!
-¿Vais a hablarme o no?-pregunta.
-¿Y qué queréis que os diga Calen? “Quería que fuera una sorpresa, pero sííííí, lo admito, soy la Dama. Traed ese bosque ante mí que en un momentito lo resucito entero”-digo chasqueando los dedos y con toda la ironía de la que soy capaz.
-¿Entonces creéis que sois la Dama?
Lo que más me jode de todo esto es que…
-Sí. ¡Sí, Calen, sí! ¡Lo creo! Por Dios, ya has visto lo que ha pasado en la cena. Esa gente se ha quedado hipnotizada con lo que he contado, ha visto todo lo que yo estaba narrando, ha escuchado la música de lo que yo estaba cantando… ¡Y Tierra Santa es heavy metal! ¡Vosotros ni siquiera sabéis qué es eso! Y yo misma he notado cambios. Mi pelo es más brillante aquí, mi piel más blanca, y cuando hemos pasado por el bosque esta mañana-“El Bosque Muerto”, me indica-, sí, ese… Pues me hablaba. ¡Me llamaba por mi nombre! ¡Me atraía hacia él! ¡Pero si hasta me ha parecido bonito!
-El Bosque es vuestro reino. Os reclama. Os da la bienvenida. Sois su reina, por eso os parece hermoso. Y lo veréis aún más bello cuando rompáis la maldición.
-Por todos lo santo Calen, ¿tienes idea de lo que me estás pidiendo? ¿De la responsabilidad que insistís todos en asignarme? Estas dejando en mis manos el futuro de todo un reino. Y el de todo un Bosque. Me estás haciendo responsable de miles de vidas. ¿Tienes idea de lo que eso significa?
-¡Claro que sí Deyanira! Soy el rey de este lugar, por si no os habíais dado cuenta. Llevo años vigilando la expansión del Bosque. Llevo años realojando a las cientos de familias que se han visto obligadas a desplazarse. Llevo años buscando soluciones a la escasez que ha provocado la expansión del Bosque sobre pastos y cultivos. La maldición ha resentido nuestra economía, nuestra geografía, nuestra demografía y nuestra paz. Mi pueblo lleva siglos rezando por tu llegada. Está cansado de mirar con miedo al Bosque, de dormirse pensando en si no tendrán que saltar de su cama en plena noche porque un árbol está invadiendo su hogar; de despertar por las mañanas y pensar si ese será el último día que vean así sus tierras.
“Sé perfectamente qué clase de responsabilidad estoy dejando en tus hombros, pero llevamos siglos esperando tu llegada, y ahora que estás aquí, vas a romper esa maldición sí o sí”.
-¿Y cómo se supone que lo hago Calen? Me planto delante del Bosque y le digo “Tira pa´ atrás, pequeñin”.
-¡Usad vuestros poderes!
-¿Qué poderes Calen? Ahí está la cuestión, ¿qué poderes? No se qué clase de poderes tengo, y aunque lo descubriera, no sabría cómo usarlos. ¿Quién me iba a enseñar a hacerlo? ¿Tú? ¿El duende tortuga? ¿El enano Gruñón? ¿El Doctor House? ¿Cuál, de todos los asistentes a la Convención del Día Mundial del Orgullo Friki que tienes por corte me iba a enseñar a utilizar unos poderes que no se ni cuáles son? ¿Os es que del armario de Narnia va a salir Gandalf agitando la varita mágica de Harry Potter para enseñarme los conjuros y hechizos que aprendió en la Torre de Kazlunn?
-Encontrad el Diario de la Reina.
-Y dale con el dichoso diario… ¡ni que fuera el Santo Grial!
-En el Diario estarán las respuestas a todas vuestras dudas. ¿Queréis saber qué poderes tenéis, y cómo utilizarlos? Pues hacedlo de la mujer que los tuvo en su día.
-¿Y cómo se supone que encuentro un diario que fue escondido vete tú a saber dónde, vete tú a saber hace cuánto? ¡Uy, ya se! Me pongo un sombrero de vaquero, me engancho un látigo, digo que me llamo Deyanira Jones, pego un silbidito y seguro que el diario llega volaaaando hasta mí.
-Buscad en los archivos. En la biblioteca. Entre los documentos de la época tiene que haber alguna pista acerca de en dónde escondió la Reina el diario.
-¡Ja, estupendo! Ahora tengo complejo de Hermione Granger.-Entre todos acabarán volviéndome emo.
Paseo un poco más por la habitación, suspiro, y me siento al lado de Calen.
-No puedo hacer esto yo sola.
Calen me agarra de la mano.
-No pienso dejaros sola.
Ambos nos miramos durante unos minutos, intensamente.
-Quédate conmigo-le pido.
-Ya os he dicho, que no os dejaré sola.
-Digo esta noche-¡a la mierda mis hormonas!
-¡¿Qué?!-le he hecho una proposición poco decente para su moral puritana, lo sé, pero no pienso quedarme sola esta noche después de todo por lo que he pasado al cabo del día.
-Por favor Calen. He desaparecido de mi casa y aparecido en un mundo totalmente desconocido en un solo día. Y he pasado de ser una chica universitaria, con el único objetivo se sobrevivir despierta a la temporada de exámenes, normal; a ser una Dama con la misión de resucitar a todo un Bosque y salvar a todo un reino en apenas una horas. No me siento con fuerza s de estar sola ahora mismo. Por favor, quédate conmigo esta noche.
-Pero, ¿y si viene alguien? ¿Qué creéis que se diría en la corte si alguien me encontrara aquí? ¿Qué diría Perin?
Sonrío.
-Estoy segura de que lo entenderá. Es lógico que el rey cuide de la Dama.
Me mira. Se lo está pensando.
-Está bien Yeny, me quedaré.
-Gracias Calen.
Me tumbo en la cama y él se tumba a mi lado, abrazándome. Entre sus brazos me siento totalmente segura. Es como si nada de lo que hubiera pasado esta noche hubiera sido real, como si lo único cierto fuéramos nosotros dos, y este momento. Quisiera tener el valor suficiente como para lanzarme y besarlo, quisiera tener el valor suficiente como para decirle lo mucho que me gusta, quisiera tener le valor suficiente como para… Pero no lo tengo. Pero esto es suficiente.
-Ahora intentad dormir, mi dama-me susurra.
Ojala no lo hiciera nuca. Ojala me mantuviera despierta toda la noche, observando su respiración mientras duerme, oyendo su corazón latir, sintiendo su aliento en mi rostro. Sintiendo la calidez de su cuerpo, la suavidad de su piel. Pero a pesar del torrente de emociones que me embargan, los acontecimientos de la noche me han dejado agotada y, muy a mi pesar, caigo profundamente dormida.

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