miércoles, 16 de septiembre de 2009

11 de abril: La Dama

Es ella. No hay duda, tiene que ser ella. Todas las señales lo indican: los árboles, su cabello, su dibujo en la piel… ¡incluso vino de la montaña! Tiene que ser ella, tiene que ser la Dama…
En tales reflexiones me hallo embebido mientras me alejo de la habitación de lady Deyanira. Estoy seguro de que esa joven es la Dama que estábamos esperando. Las señales que anunciaban su llegada eran cada vez más numerosas: hace unas semanas, los guardianes de las provincias del norte informaron de que la maldición había dejado de extenderse (lo cual fue una suerte, pues el Bosque ocupaba ya el 40% del territorio, y había provocado el desplazamiento de decenas de familias), el sol es más brillante desde hace cuatro días y ayer los guardianes del linde este aseguraron que algunos árboles del Bosque habían florecido. Cuando esta mañana he ido con Lord Perin y los demás a observar la montaña (por primera vez en centurias), lady Deyanira descendía de ella. ¡Esa es la señal definitiva!
Aunque no es como la imaginaba… Siempre pensé que la Dama sería una mujer hermosa, seria y solemne. Que sería conocedora de su importante misión, que acabaría con la maldición en cuanto llegara. Pero está claro que lady Deyanira no es así.
Para empezar, no es una doncella precisamente seria o solemne. Cuando la encontramos no tenía conocimiento de donde estaba, así que dudo mucho que sepa lo que ha venido a hacer. Además, iba cantando a pleno pulmón y bailando con tal despreocupación, que acabó chocándose contra un árbol. La joven además, monta a horcajadas, como si eso en una mujer fuera lo más normal del mundo, ¡y lleva unas ropas de lo más extrañas! Pero con todo, hay que reconocerlo, es muy bella…
Ella es completamente diferente de las jóvenes de por aquí. Es alegre y despreocupada, pero a la vez inocente y recatada. Se dirigía a nosotros de forma educada y amable, pero a la vez directa. Como cuando le ha dicho a lord Perin que, aunque no sabía de dónde venía, se dirigía al pueblo por ser el sitio más cercano, como diciendo que parecía imposible que no se hubiera dado cuenta de algo tan obvio. Jamás he visto a lord Perin tan anonadado. No hay duda de que es valiente, pues para acabar de verse en un lugar ajeno y extraño, se encontraba muy tranquila. Como si lo de aparecerse en lugares desconocidos de manera inexplicable, le pasara todos lo días. Su sonrisa al darme las gracias por socorrerla y al admitir que no sabía cómo había llegado hasta allí, era tan encantadora… Por cómo se sujetaba a mí al entrar en la ciudad, diría que estaba un poco asustada. Y también abrumada al descubrir que ella era el centro de atención. Sus manos entonces me parecieron tan delicadas… Parecía que le diera miedo hablar, pues durante el viaje ha permanecido muy callada y no ha dicho palabra mientras cruzábamos el castillo hasta sus habitaciones. Aunque parecía estudiar y observar todo, en todo momento. Y cuando le he enseñado sus aposentos, su expresión era de tal felicidad…y tan encantadoramente infantil. Ella es, sencillamente, increíble.
Como increíble me resulta que haya podido decir “Uy, qué cosas”, ante su dibujo de la muñeca. ¿De qué extraño rincón de mi mente he podido extraer yo esa frase? Será mejor que no lo piense y que intente controlar mi comportamiento a partir de ahora. Tales actitudes no son dignas de un rey.
Cuando llego al comedor, los platos ya están servidos. Hago que un mayordomo mande enviar un mensaje a los miembros del Consejo para convocarlos a una reunión a las 4 en punto. Así me dará tiempo de comer y descansar un rato. También ordeno que nadie moleste a lady Deyanira.
Como solo, como siempre. Desde que hace 12 años mi padre muriera. Mi buena madre, que en gloria esté, falleció al darme a luz. Y fue mi amado padre quien me crió. Pero un accidente de caza se lo llevó de este mundo cuando yo sólo tenía 10 años. Desde ese momento, lord Perin se encargó de mí y asumió la regencia del territorio. Hasta que yo alcancé los 17 años y, a pesar de mi juventud, consideró que ya tenía la madurez suficiente como para reinar.
Esto terminó con mis noches en el jardín cortejando a alguna dama de la corte y mis escapadas al pueblo a beber hasta caer desfallecido con mis amigos. Y llegaron las reuniones interminables, las montañas de papeles, las audiencias, las revueltas, las migraciones, la expansión del Bosque… Y el fin de mi escasa libertad.
Como deprisa y me retiro a mis habitaciones. Me tumbo sobre la cama y cierro los ojos en busca de un cierto reposo. Pero me es imposible dormir. No puedo apartar mi mente de lady Deyanira. Me pregunto de dónde habrá venido, y cómo. Y por qué parecía tan tranquila. Y cómo puede ser tan sincera y honesta, a la par que despreocupada y dicharachera. Y en si estará a gusto en sus habitaciones. Y en si ella estará durmiendo en su cama, soñando tal vez con su futuro, o con su pasado. Como no puedo hacer yo.
Doy vueltas y más vueltas intentando conciliar el sueño. Pero es inútil. En mi cabeza sólo está la sonrisa de lady Deyanira, y el deseo de que ella sea la Dama…para que así no tenga que marcharse.
Casi son las 4, y aún no he podido dormir. Un rey debe mantener las apariencias y nunca aparentar cansancio (o al menos eso decía mi padre), así que me refresco un poco la cara para despejarme y me adecento la ropa y el pelo. Como considero que dicha preparación ya es suficiente, me encamino hacia la Sala de Reuniones.
Mientras me paseo por el castillo, considero la posibilidad de acercarme a las habitaciones de lady Deyanira, a interesarme por su estado. Pero me dijo que pensaba dormir, así que será mejor que no la moleste.
Cuando llego a la Sala, ya están todo esperándome. Tomo asiento al frente de la mesa, respiro un momento, y me dispongo a exponer el asunto que nos ocupa:
-Caballeros-comienzo-todos saben la razón por la que les he reunido hoy aquí. La situación con respecto al Bosque era cada vez más acuciante, pero hace unas semanas que comenzamos a notar cierta mejoría. El Bosque ha dejado de extenderse, algunos de sus árboles han florecido, y el sol brilla con más fuerza. Esta misma mañana he entrado en la cuidad trayendo conmigo una bella joven. La cuestión a tratar, y el tema sobre el que debemos decidir señores es, si ella es o no, la Dama de quien hablan las profecías.
-¿Podemos saber dónde la encontró su majestad?-pregunta Hierald, jefe de los guardianes del Bosque.
-Tal y como se decidió en la junta anterior-contesta lord Perin-, su majestad, lord Gern y yo, nos dirigimos hacia la montaña a ver si en ella se había producido algún cambio. Nos encontramos a la muchacha a mitad de camino.
-Cuando le preguntamos de dónde venía-continúa Gern-ella dijo que de la montaña. Pero no sabe cómo llegó hasta ella.
-¿Estáis seguros de que vino de la montaña?-volvió a preguntar Hierald.
-Eso es lo que ella afirma-asiento.
-Ésa es la primera señal, ciertamente. Pero hay otras dos más que la señalarían como la Dama, no podemos juzgar que sea ella sólo porque diga venir de la montaña- opina el venerable Masser, erudito en las profecías de la Reina.
-Además, no estamos fiando de la palabra de una desconocida. ¡Podría venir de cualquier sitio! ¡Podría ser cualquiera! Tal vez alguna campesina que se haya hartado del trabajo en el campo y ha decidido hacerse pasar por la Dama para alcanzar cierta fama y poder vivir cómodamente-objeta Hierald-. No sería la primera.
-Comprendo que opinéis así Hierald, pero cuando encontramos a esa chica, estábamos demasiado lejos de la primera granja-señala Gern.
-Además, lleva unas ropas demasiado extrañas como para ser de por aquí-observa lord Perin-. Cuando le preguntamos de dónde venía, no supo respondernos, pues parecía demasiado perdida. ¡Y ni siquiera reconoció al rey!
-Y sus manos son demasiado suaves como para pertenecer a una campesina-concluyo yo. Pero por cómo me miran todos (y en especial lord Perin), me doy cuenta de que no debí decir eso.
-Pero como ha indicado el venerable Masser, que venga de la montaña o diga provenir de ella no significa nada. La profecía específica otras señales-por eso no me gustan nada las reuniones en las que participa Hierald. Él es un buen hombre…pero siempre tiene que discutirlo todo.
-La profecía también dice que ha de tener el Sol en los cabellos y la Luna en la piel-señala el venerable-. Pero yo creo, y los estudiosos coinciden conmigo, que todo ello es simbólico, y que la Reina en sus profecías se refería a una Dama de cabellos dorados y piel muy blanca. Porque está claro que, por poderosa que la Dama sea, no va a bajar el sol y la luna de los cielos y a colocárselos en el cabello y la piel. ¿Coincide vuestra joven con esa descripción?
-Bueno, realmente ella tiene el pelo castaño…pero bajo el sol le brilla notablemente-explica Gern.
-A muchas jóvenes les brilla el pelo bajo el sol. ¿Vamos a considerar como la Dama a todas las jóvenes cuyo pelo lance destellos dorados a las doce del mediodía?
-Soy el primero en coincidir con vos en ello, Hierald. A todas las muchachas del reino cuyo cabello es de color claro, les brilla el pelo con tonos dorados cuando hay sol-coincide lord Perin.- Pero a esta joven no sólo le brillaba, le…refulgía. Su cabello no era castaño brillante, ¡era una auténtica antorcha dorada!
-¿Y qué decís de que tenga la luna en la piel? ¿Acaso su piel es tan blanca como para considerar que es del color de la Luna?-objeta de nuevo Hierald.
-No, desde luego eso no-reconoce lord Perin.
-No, no es tan blanca-coincide Gern.
-¡Ahí lo tenéis! No es ella-concluye triunfante Hierald.
-Para que fuera la Dama, debería ser tan blanca como la luna-reconoce el venerable Masser-. Si no es así…no puede ser ella. No tiene todas las características de las que habla la Reina.
Podría hablarles del tatuaje que lady Deyanira tiene en la muñeca. Pero eso significaría admitir que he tenido con ella un acercamiento poco correcto. Aunque por otra parte, sólo le cogí la muñeca para examinar su dibujo, no pasó nada fuera de lo común. Pero aún así, seguro que lord Perin lo reprobaría. Sin embargo, ocultar esa información primero, le daría la razón a Hierald, y segundo, invalidaría por completo a lady Deyanira como la Dama, y estoy seguro de que es ella…
-Puede que no sea tan blanca como la luna, pero sí tiene la luna en la piel-todas las miradas se dirigen interesadas hacia mí-. Cerca de su muñeca tiene una especie de dibujo. Una pequeña media luna blanca. Ella lo llama “tatuaje”.
-Ni Gern ni yo vimos ese “tatuaje” esta mañana, majestad-me dice lord Perin con suavidad-¿Estáis seguro de lo que decís?
-No se lo vimos, porque se trata de un dibujo muy pequeño, y lo tapaba las mangas de su jersey. Además, es sumamente pequeño, apenas medirá unos centímetros, era imposible que nos percatáramos de él a simple vista. Pero cuando la he acompañado a sus habitaciones, y ella ha ido a abrir la puerta, se lo he descubierto.
Lord Perin me mira igual que cuando tenía 15 años y me recriminaba por estar hasta altas horas de la noche hablando con alguna dama en el jardín. Yo le pongo a él la misma mirada de niño inocente que utilizaba en aquel entonces.
-Pero habéis dicho que es un dibujo. ¡Los dibujos se pueden borrar! Seguramente se lo habrá hecho ella misma esta mañana. Se le borrará al primer baño que tome.
-He dicho que es “una especie de dibujo”, Hierald. Y no se borra. Lo he tocado y lo he comprobado-le espeto seriamente. Puedo sentir la mirada de lord Perin clavándose en mi cara muy severamente-. Su tacto no es de pintura, sino de piel. Es como una especie de extraño lunar. Nunca se le irá.
-Si no os conociera, majestad, diría que defendéis tanto a esa mujer más por una cuestión de sentimientos personales, que porque realmente creáis que ella es la Dama de la profecía-me acusa Hierald. Y lord Perin me mira acusándome más aún.
-No os confundáis Hierald. Y no os atreváis a acusarme de dejarme llevar por mis propias emociones antes que por los intereses de mi reino. Defiendo la posibilidad de que ella sea la Dama, porque así lo creo. Otras muchachas se han intentado hacer pasar por la Dama, y no lo han conseguido. Muchas decían provenir de la montaña, pero ninguna tuvo al mismo sol brillándole en el pelo, ni a la luna marcada en la piel de una manera tan evidente. Pero lady Deyanira sí. Ella misma confesó que venía de la montaña, y por la expresión de su cara, parecía sorprendida de cómo la mirábamos. Cuando hablamos de su pelo, le ruborizó que lo nombráramos. Y su extrañeza ante cómo reaccione al ver su muñeca, era más que evidente. ¡Y en ningún momento ha intentado decirnos que ella es la Dama! ¡Ni siquiera sabía dónde se encontraba! No creo que sea una impostora si ni ella misma sabe quién es en realidad.
-Estoy de acuerdo con el rey- me secunda lord Perin.
-Y yo-me apoya Gern.
-Creo que podríais llevar razón, majestad-comenzó a decir el venerable Masser, por primera vez en un buen rato-. Está claro que todas las señales apuntan a esa muchacha como la Dama. Pero, si no os molesta, me gustaría examinarla yo mismo. Los libros de la Reina son muy específicos en cuanto a las vistas de la montaña. Si realmente ha estado en ella, seguro que me podrá describir lo que vio. Y también me gustaría observar por mí mismo, la forma en que le brilla el pelo y su, ¿cómo lo habéis llamado?, ¿tataje?
-Tatuaje, venerable- corrijo.
-Eso es, tatuaje-pronuncia el venerable con una sonrisa-. Pues bien, decida lo que decida este consejo, me gustaría que me dierais la oportunidad de ver con mis propios ojos a esa joven.
-Concedido, venerable Masser.-accedo-. Y ahora votemos. Alcen la mano los que estén a favor de considerar a lady Deyanira como la Dama.
Alzamos el brazo lord Perin, Gern y yo.
-Tres votos-cuento-. Alcen ahora el brazo los que estén en contra de considerar a lady Deyanira como la Dama.
La mano de Hierald se levanta rápidamente.
-Un voto-contabilizo. Venerable Masser, ¿debo entender que os abstenéis de votar?
-Como ya he dicho, majestad, por muy de acuerdo que esté con vos, primero he de examinarla yo mismo.-se justifica el venerable.
-En tal caso, con tres votos a favor, uno en contra y una abstención, este consejo resuelve que Lady Deyanira es la Dama de las profecías. Sin embargo, por respeto al Venerable Masser y para darle la oportunidad de juzgar a la joven por sí mismo, no anunciaremos nuestra decisión hasta que el venerable haya hablado con ella-anuncio.
-¿Informaremos entonces a la muchacha de vuestra decisión?-pregunta Hierald.
-Hasta que el venerable no se pronuncie al respecto, no.-contesto.
-¿Pero aún así la consideramos ya como la Dama?-vuelve a preguntar.
-Sí-afirmo de manera contundente-. Este consejo así lo ha decidido.
-En ese caso-comienza Hierald con seriedad, levantándose de su asiento-, formulo una petición de confirmación.
¿Cómo se atreve? Nadie ha formulado una petición de confirmación ante este Consejo jamás.
-¿Cómo osáis, lord Hierald?-se enfurece Perin, y no le faltan motivos.
La petición de confirmación implica someter la resolución del Consejo al criterio de la Asamblea de Eruditos. Si la Asamblea determina lo contrario a lo resuelto por el Consejo, las leyes estipulan la primacía de lo resuelto por la Asamblea.
-Una decisión en una cuestión de tal envergadura debería requerir la confirmación de la Asamblea-se defiende Hierald-. Así que “Yo, Hierald de Böhl, jefe de los guardianes de los lindes del Bosque, como miembro del Consejo de los Cinco, y haciendo uso de la legitimidad que dichos cargos me confieren, presento formalmente ante el resto de los respetables miembros de este Consejo una petición de confirmación ante la posibilidad de que lady Deyanira sea la Dama de las profecías; y los exhorto a asumir la resolución que la Asamblea de Eruditos dicte al respecto”.
Nada se puede hacer ya. Hierald ha pronunciado la fórmula oficial, y ni siquiera es necesario que algún miembro del Consejo apoye su petición. Como rey, no tengo más remedio que recitar la fórmula que lo autorice:
-En ese caso…”Yo, Calen III, hijo de Calen II y lady Neyla, como rey de Translot y miembro presidencial del Consejo de los Cinco, ratifico la petición de confirmación de lord Hierald de Böhl, jefe de los guardianes de los lindes del Bosque y miembro de este Consejo; y legitimo su proceso”. La Asamblea de Eruditos será informada del caso que nos ocupa, se le permitirá examinar a lady Deyanira, y se le pedirá juzgarla o no como la Dama. Este Consejo escuchará a la asamblea dentro de dos meses y valorará su juicio como definitivo.
La expresión de Hierald, adoptó una sonrisa triunfante.
-El Consejo se reunirá en una semana e invitará a la Asamblea de Eruditos para que lord Hierald pueda expresarles su petición. Hasta entonces, ningún miembro del Consejo hablará sobre el tema de lady Deyanira-ordeno-. Se levanta la sesión.
Me levanto de la mesa, saludo a los asistentes y me retiro.
Son casi las 5, y lady Deyanira pidió que a la tarde le llevaran un baño. Me dirijo a las cocinas y pido ver a Eiris. La nombro doncella personal de lady Deyanira, y le ordeno que le tenga listo el baño a las 6, indicándole que su habitación está en el pasillo de los retratos. También pido que a las 8 me traigan uno a mí. Halo con la cocinera para informarle de que el banquete dará comienzo a las 10 en punto, y aviso a los músicos de que estén listos a las 9 y media en el Gran Comedor. Entonces me retiro a mis habitaciones.
Ahora sí que necesito descansar. No porque esté agotado (que también), sino porque estoy furioso. ¡Ese Hierald se está extralimitando en su posición! No sólo rebatía todos los argumentos que le dábamos a favor de lady Deyanira, sino que además se ha atrevido a presentar una petición de confirmación. ¡Y ha insinuado que yo tenga algún tipo de interés personal hacia lady Deyanira!
Doy orden de que nadie me moleste mientras estoy en mis habitaciones. No deseo ver a nadie. Corro todas las cortinas y enciendo la chimenea. Me lleva unos minutos, pero por fin logro que la madera se prenda. Coloco la puerta de seguridad, y me tumbo en la cama.
Respiro profundamente intentando relajarme. Cierro los ojos y trato de dejar mi mente en blanco. Tal vez ahora pueda dormir.


1 comentario:

  1. Bueno, te estreno esto despues de leerme los dos primeros capitulos, ya no me acordaba de nada XD en fin, ya tienes a uno suscrito asi que sigue publicando que yo los leere todos por aqui ;)

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